No todos dormiremos; pero todos seremos transformados

Hermanos en Cristo Jesús, es bueno que estemos siempre preparados, porque lo que el Señor prometió está pronto a cumplirse. No es momento de vivir distraídos ni dormidos espiritualmente, como muchos que se han acomodado tanto a este mundo que se olvidan de las promesas eternas. El retorno de nuestro Señor no es un mito ni una historia antigua; es una realidad profetizada en la Palabra y confirmada por el Espíritu Santo. Jesús mismo dijo: “Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). Su regreso está más cerca de lo que imaginamos, y el llamado sigue siendo el mismo: estar velando y listos.

Debemos mantenernos atentos y con el corazón limpio, porque la venida del Señor no será anunciada con anticipación, sino que ocurrirá de repente. En un abrir y cerrar de ojos, los cielos se abrirán, la trompeta sonará y el pueblo de Dios será levantado. Este acontecimiento glorioso nos llevará a un lugar mejor, lleno de paz y justicia, donde no habrá dolor, lágrimas ni muerte. Allí estaremos con el Señor por toda la eternidad, libres del pecado y revestidos de inmortalidad. Por eso, el creyente debe vivir con esperanza, pero también con responsabilidad, sabiendo que la salvación no se trata solo de palabras, sino de una vida transformada por el poder de Cristo.

El apóstol Pablo nos exhorta a no dormir espiritualmente, sino a estar despiertos y vigilantes. No podemos permitir que las preocupaciones, el materialismo o el pecado nos adormezcan. La indiferencia espiritual es peligrosa, porque nos hace perder de vista lo eterno. Muchos viven como si Cristo nunca fuera a regresar, pero el Señor vendrá, y Su venida será visible para todos. En ese día no habrá excusas ni segundas oportunidades. El llamado de Dios es claro: “Despiértate tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14).

Aquel que fue victorioso, que venció a la muerte en la cruz del Calvario, nos prometió que un día regresaría por Su pueblo amado, por aquellos que anduvieron en santidad, guardaron la fe y no negaron Su nombre. Jesús venció la tumba para abrirnos el camino a la vida eterna. Su victoria es también nuestra victoria, y su resurrección garantiza que un día nosotros también seremos levantados. Pero esta promesa no es para todos, sino para los que han creído de corazón, los que viven conforme al Espíritu y no a la carne. Por eso debemos examinar nuestras vidas cada día: ¿estamos preparados para ese encuentro glorioso? ¿O estamos dormidos, dejando pasar el tiempo sin buscar al Señor?

El apóstol Pablo nos revela este glorioso misterio que da esperanza a todos los creyentes:

He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados.

1 Corintios 15:51

Estas palabras son una promesa y una revelación divina. No todos morirán, pero todos los que pertenecen a Cristo serán transformados. En ese instante milagroso, los cuerpos mortales serán revestidos de inmortalidad, y los creyentes recibirán un cuerpo glorificado, semejante al del Señor resucitado. Los que murieron en Cristo resucitarán primero, y los que estén vivos al momento de Su venida serán arrebatados para encontrarse con Él en las nubes (1 Tesalonicenses 4:16-17). Este es el cumplimiento final de la redención: ser transformados para morar con Dios por siempre.

Los que ya durmieron en la fe no han sido olvidados. Sus cuerpos reposan en la tierra, pero sus almas están seguras en la presencia del Señor, esperando el día de la resurrección gloriosa. En ese momento, el poder de Dios los levantará con un cuerpo incorruptible. Y nosotros, los que aún vivimos y esperamos Su regreso, seremos transformados para unirnos a ellos en las alturas. Será el día más glorioso en la historia de la humanidad, cuando la victoria de Cristo sobre la muerte se manifieste plenamente ante todo el universo.

Por eso, hermanos, no nos dejemos vencer por el cansancio espiritual ni por el pecado. Es tiempo de despertar, de avivar el fuego del Espíritu y de mantener nuestras lámparas encendidas, como las vírgenes prudentes que esperaban al Esposo. La señal más clara de una vida lista para el regreso de Cristo no es el miedo, sino la obediencia. Que nuestros días estén llenos de fe, amor y servicio, sabiendo que pronto escucharemos las palabras más hermosas que un hijo de Dios puede oír: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”.

¿Estás listo para ser transformado? Si no lo estás, este es el momento para despertar, para reconciliarte con Dios y permitir que Su gracia te renueve. Cristo viene, y Su recompensa está con Él. Vivamos en santidad, en esperanza y en fidelidad, porque muy pronto la trompeta sonará y veremos al Rey de reyes y Señor de señores regresar en gloria. ¡Amén!

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