Somos libres en el Señor, por cuanto fuimos llamados y comprados a precio de sangre por el Señor, pues el Señor se entregó en la cruz del calvario para que seamos libres del pecado.
Pero cuando dejamos de ser esclavos del pecado nos convertimos en esclavos de Cristo. ¿Esclavos de Cristo? ¿Es esa una expresión correcta? ¡Claro que lo es! pues para seguir a Cristo debemos renunciar al mundo, obedecer en todo a nuestro Dios y trabajar en la obra del Señor para que otros también puedan ser libres.
Ya no estamos bajo ese yugo que nos llevaba a la perdición, ahora tenemos nuestros ojos mirando el camino que lleva Dios, con la ayuda de Su Palabra, que es lámpara a nuestros pies.
Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo.
1 Corintios 7:22
En los versículos anteriores al versículo que acabamos de ver, Pablo hace un contraste entre la libertad física y la libertad espiritual. En el verso 20 dice: “Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede”, el que es esclavo puede seguirlo siendo, pero si quiere procurar su libertad física que así sea.
Luego llegamos al verso 22 y nos dice que el que fue llamado siendo físicamente esclavo, es libre en el Señor, pero aquel que fue llamado siendo físicamente libre, es esclavo de Cristo.
Quizás actualmente no estemos viviendo una esclavitud física como se vivía en aquellos tiempos, pero el pecado es algo que tiene esclavizada a mucha gente y estos esclavos del pecado necesitan acudir a Cristo para ser libres.
Continuemos orando por las almas que se pierden y trabajando en la obra de Cristo para que muchos sigan siendo librados de la esclavitud del pecado.
La verdadera libertad en Cristo
La sociedad suele entender la libertad como la capacidad de hacer lo que uno desee sin restricciones. Sin embargo, la Biblia nos muestra que la verdadera libertad no consiste en vivir según nuestros deseos carnales, sino en ser liberados del poder del pecado para servir al Señor. Jesús mismo declaró: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). La verdad es Cristo, y en Él se encuentra la libertad que transforma nuestras vidas.
El pecado se presenta como atractivo, pero en realidad es un amo cruel. Quien vive en pecado piensa que es libre, pero en realidad está encadenado a la desobediencia, al orgullo, a los vicios o a la falta de perdón. Por eso, cuando el apóstol Pablo habla de ser esclavos de Cristo, nos recuerda que el servicio a Dios es el único camino que conduce a la verdadera libertad y a la vida eterna.
De la esclavitud del pecado al servicio en amor
El contraste entre la esclavitud al pecado y la esclavitud a Cristo es profundo. El pecado destruye, pero Cristo restaura. El pecado oprime, pero Cristo libera. Ser esclavo de Cristo no es una carga, sino un privilegio, porque significa vivir bajo el señorío de Aquel que nos ama, nos cuida y dio Su vida por nosotros.
Romanos 6:22 nos dice: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Esta verdad nos impulsa a vivir con gratitud, sirviendo a Dios de corazón, y entendiendo que nuestra libertad no es para hacer lo que queramos, sino para glorificar al Señor con nuestra manera de vivir.
Un llamado a permanecer firmes
Gálatas 5:1 nos exhorta: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Es decir, si ya hemos sido liberados, no debemos volver a los hábitos que nos apartaban de Dios. La libertad cristiana no es un permiso para pecar, sino una responsabilidad de vivir en santidad, siguiendo los pasos de Jesús.
Cada día debemos recordar que somos llamados a ser luz en medio de la oscuridad, testificando con nuestra vida que Cristo nos ha hecho libres. Esa libertad debe manifestarse en nuestro carácter, en nuestras palabras y en nuestras acciones hacia los demás.
Reflexión final
Ser libres en Cristo no significa ausencia de compromiso, sino más bien asumir el mayor compromiso de todos: vivir para Él. Ya no servimos al pecado, ahora servimos a un Dios que nos amó primero. Esa es la mayor muestra de libertad que existe: ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que dio Su vida por nosotros en la cruz.
Pidamos al Señor que nos mantenga firmes en esta libertad, que no nos dejemos engañar por el mundo y que cada día podamos reflejar la gracia y el amor de Cristo. Ser esclavos de Cristo es ser verdaderamente libres.