Gracias Te doy Señor hacedor de milagros, es por eso ¡oh! Señor que a es Ti a quien rindo mis oraciones, solo ante Ti me postro, porque no hay nadie como Tú.
Mis clamores van directo a Ti, siempre me has sostenido, has traído milagro sobre mí y mi familia, nos has librado, Tu mano poderosa ha cambiado todo, sobre nosotros has puesto una nube para cubrirnos del sol, y debajo de Tus alas siempre estamos seguros.
Señor, al leer Tu palabra he visto todas las hazañas que hiciste en el desierto por el pueblo de Israel, hiciste un milagro maravilloso, Tú Señor reinas para siempre.
Por eso es que Tú eres nuestro Dios grande y poderoso. Tú, ¡oh Señor! nunca has cambiado, eres el mismo, y Tu reino por los siglos de los siglos, eres digno de alabanzas, digno de recibir toda exaltación de todos los pueblos tribu y naciones. Por eso clamaré a Ti todos los días por mi milagro y sé que Tú en Tu infinita misericordia vendrás en mi rescate en el momento justo. Confío en Ti Señor, confío que así será. Amén
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Palabras finales
Al meditar en esta oración, comprendemos que no estamos solos en nuestros procesos de fe. La Biblia nos recuerda que el Dios que obró con mano poderosa en Egipto es el mismo que sigue actuando en nuestras vidas hoy. Su fidelidad permanece inmutable, y su poder se manifiesta en cada momento en que decidimos confiar plenamente en Él.
Los milagros no son simples relatos antiguos, son testimonios que muestran que el Señor escucha el clamor de su pueblo y responde en el momento oportuno. Muchas veces nuestra fe es probada, pero precisamente en esas circunstancias difíciles descubrimos la grandeza de su amor. Cada lágrima, cada oración levantada en silencio, es tenida en cuenta por Dios que nunca se olvida de los suyos.
Querido lector, quizás hoy estés esperando un milagro en tu vida, en tu familia o en tu situación económica. La enseñanza de estas palabras es clara: si Dios fue capaz de abrir el mar para Israel, también puede abrir puertas que parecen cerradas para ti. No hay problema tan grande ni muro tan alto que el Señor no pueda derribar con su poder.
Debemos recordar que la clave está en la perseverancia. No basta con pedir una sola vez; debemos clamar constantemente con un corazón sincero, confiando en que Dios escucha y que su respuesta, aunque no siempre llegue en el tiempo que esperamos, llega de manera perfecta. Su voluntad es buena, agradable y perfecta, y al confiar en ella encontramos paz y seguridad.
El desafío es mantener la fe en medio de las pruebas. La historia de Israel nos anima a no rendirnos, a creer que aún cuando el enemigo se levanta, Dios siempre tiene la última palabra. Si su pueblo fue librado de Egipto, también nosotros podemos ser libres de aquello que nos oprime: la enfermedad, la angustia, la desesperanza o la falta de recursos.
Por eso, que estas palabras finales te impulsen a seguir confiando, a mantener tus oraciones vivas y a no perder la esperanza. Dios es fiel, y sus promesas son seguras. Cada día es una nueva oportunidad para ver su mano poderosa actuando en tu vida. Cree, confía y espera, porque el Señor sigue siendo el mismo Dios de milagros, ayer, hoy y por los siglos de los siglos.