Los humildes de corazón honran a Dios, pero los altivos le deshonran

La diferencia entre las personas humildes y las altivas es sumamente notoria, no solo en sus actitudes externas, sino en la forma en que son percibidas por Dios y por los demás. El humilde permanece siendo la misma persona sin importar las circunstancias. Si llega a tener dinero, si asciende en una posición social o si logra algún reconocimiento humano, su esencia no cambia porque sabe que todo lo que posee proviene de Dios. En cambio, el altivo tiende a humillar a los demás una vez que consigue riqueza o alguna posición importante dentro de la sociedad, pensando que está por encima de los demás y olvidando que ante Dios todos somos iguales.

Ser humilde es lo mejor que le puede pasar al ser humano, porque Dios se agrada de los humildes. El corazón humilde reconoce su dependencia del Señor, reconoce que nada es suyo y que todo lo bueno proviene del Padre celestial. El humilde también suele ser justo, compasivo, generoso y lleno de bondad, cualidades que lo hacen brillar como luz en medio de un mundo que se enorgullece de la altivez, del egoísmo y de la autosuficiencia. Su corazón está guiado por Dios y, por tanto, refleja en sus actos el amor divino.

El humilde sabe obedecer la Palabra del Señor. Es consciente de que sin Dios nada puede hacer y por eso se somete a la dirección divina. Recordemos que el mismo Jesús fue enviado a la tierra para mostrarnos un ejemplo perfecto de humildad. El Hijo de Dios, siendo Rey de reyes, vino en condición de siervo, nació en un pesebre y caminó en obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz. Él mismo dijo que no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida en rescate por muchos. ¿Hay mayor prueba de humildad que esta?

El humilde ama a los demás sin importar su condición. No distingue entre ricos y pobres, entre sabios y sencillos, porque entiende que todos fuimos creados por un solo Dios que nos mira desde los cielos. En cambio, el altivo siempre busca diferencias, busca jerarquías y se aferra a sus títulos y posiciones como si eso definiera su valor. Sin embargo, la Biblia nos enseña que el Señor resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Esta verdad es fundamental para comprender que no importa cuánto poder o riquezas logre acumular el altivo, de nada le servirá si Dios lo mira de lejos.

El salmista expresó esta realidad en palabras muy claras:

Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos.
Salmos 138:6

Este versículo resume perfectamente la posición de Dios hacia estos dos tipos de personas. Dios es excelso, es decir, supremo y grandioso, y aun así se digna a atender al humilde. El altivo, por el contrario, aunque crea estar cerca del poder o de la gloria terrenal, en realidad está lejos de la presencia divina, porque el orgullo se convierte en un muro que lo aparta de Dios.

Cuando buscamos en la Biblia acerca de la humildad, encontramos un sinnúmero de pasajes que nos exhortan a vivir de esta manera. El profeta Miqueas dijo: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno; y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). El apóstol Pablo también escribió a los filipenses que nada hagamos por contienda o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a nosotros mismos. Y Pedro exhorta a los creyentes a revestirse de humildad, porque “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”.

Por lo tanto, si eres humilde, sigue siéndolo. No permitas que las circunstancias cambien tu carácter ni tu esencia. Y si reconoces que hay altivez en tu corazón, practica la humildad, sométete a Dios y aprende de Cristo, que es manso y humilde de corazón. Recuerda siempre que al final, la grandeza delante de Dios no está en lo que poseemos, sino en lo que somos en Cristo Jesús.

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