Es normal que cuando nos vemos abrumados por diversas pruebas comencemos a hacernos ciertas preguntas acerca de Dios. Nos preguntamos si nos escucha, si realmente está a nuestro lado o por qué permite que ciertas cosas sucedan en nuestra vida. No debemos sentirnos culpables por tener esas inquietudes, porque dentro de la Biblia encontramos muchos hombres y mujeres de fe que hicieron lo mismo. Job, Jeremías, Habacuc y aun los salmistas clamaron a Dios desde lo más profundo de su dolor. Pero algo tenían en común: a pesar de sus dudas y quejas, siempre llegaron a reconocer que Dios sigue siendo Dios poderoso, fiel y soberano sobre todo lo que ocurre.
Quizá tú que lees estas líneas estés pasando por un terrible problema: una enfermedad, una crisis familiar, un asunto económico difícil o una batalla interior que nadie más comprende. Y quizá piensas que no puedes más. ¡No te rindas! La Palabra de Dios tiene un mensaje claro para ti en este momento de angustia:
Guarda silencio ante Jehová, y espera en él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades.
Salmos 37:7
Este versículo nos enseña que el creyente debe aprender a esperar en Dios aun cuando todo a su alrededor parece injusto. Muchas veces caemos en la trampa de compararnos con los demás. Observamos cómo otras personas prosperan, aunque en nuestra percepción no lo merezcan, y comenzamos a cuestionar por qué nosotros, siendo hijos de Dios, no alcanzamos lo que deseamos en el momento que lo queremos. Este sentimiento puede ser tan fuerte que nos lleva a la amargura, al desánimo y hasta al alejamiento de la fe.
Pero el salmista nos recuerda que debemos “guardar silencio ante Jehová”. Esto no significa quedarnos callados sin expresar nuestro dolor, sino tener un corazón quieto, confiado, que espera en los tiempos de Dios. Guardar silencio es reconocer que Su voluntad está por encima de la nuestra y que Sus planes siempre son mejores, aunque en el presente no los comprendamos del todo.
Amigo mío, sin importar qué es aquello que estás esperando con ansias —sea un milagro, una puerta abierta, una respuesta a tu oración o la solución a un problema que te pesa en el alma—, sigue esperando en Dios. Él jamás nos defrauda. Puede que el proceso sea largo, puede que las lágrimas sean muchas, pero no olvides que en la terrible prueba Dios está más cerca de lo que tú piensas. Él ha prometido: “No te dejaré, ni te desampararé” (Hebreos 13:5). Esa promesa es un ancla firme en medio de la tormenta.
La Biblia también nos recuerda que los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán (Salmo 126:5). Cada oración que levantas, cada acto de obediencia, cada día en que decides no rendirte, aunque no lo veas, está dando fruto. Aquí en la viña del Señor, nada es en vano. El apóstol Pablo lo expresó con certeza: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58).
Por eso, te insto a que no te rindas. No bajes los brazos, no abandones la fe. Sigue batallando en oración, en fidelidad, en santidad y en servicio al Señor. El enemigo quiere hacerte creer que tus esfuerzos no tienen sentido, pero recuerda que el que siembra cosecha buenos frutos. El mismo Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Esa es nuestra mayor esperanza.
Querido hermano y hermana, aunque las pruebas parezcan interminables, levanta tu mirada. El Dios que estuvo con los profetas, con los apóstoles y con los santos de todas las épocas también está contigo hoy. Su presencia es tu refugio y Su palabra es tu fortaleza. Sigue creyendo, sigue esperando, porque a su debido tiempo segarás si no desmayas (Gálatas 6:9). ¡No te rindas! Dios pelea tus batallas y Su victoria también será tuya.