Me gozaré en Dios

¿Existe algo que nos quite el gozo del Señor? La respuesta es no, porque el gozo que proviene de Dios no es circunstancial ni pasajero. Es un gozo que permanece aún en medio del dolor, de las pruebas y de las dificultades más duras. Tenemos motivos suficientes para vivir gozosos en el Señor, alegres y esperanzados aun en el más cruel de los procesos. Este gozo no es una emoción superficial, sino una seguridad profunda de que Dios es nuestro Salvador y está obrando en nuestras vidas para bien.

La Biblia nos dice:

10 En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas.

11 Porque como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su semilla, así Jehová el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones.

Isaías 61:10-11

El profeta Isaías nos muestra en estos versículos la verdadera fuente de nuestro gozo: el Señor mismo. Él declara: “En gran manera me gozaré en Jehová”. Esto nos enseña que nuestro gozo no debe depender de las circunstancias ni de lo que poseemos, sino del hecho de que Dios nos ha salvado y nos ha vestido con vestiduras de justicia. Ese gozo es tan real que nos adorna como un novio o una novia en el día de sus bodas, llenándonos de honra y belleza espiritual.

Nuestro gozo no depende de lo que el Señor nos provee sino del mismo Señor proveedor. Hay quienes se alegran solo cuando tienen abundancia, cuando todo marcha bien o cuando reciben bendiciones materiales. Pero la Palabra nos enseña que el verdadero gozo cristiano proviene de conocer al Dador de todas las cosas, de tener comunión con Él y de saber que nuestra vida está segura en sus manos. Esa es la diferencia entre un gozo pasajero y el gozo eterno del Señor.

Recordemos también al apóstol Pablo, quien, mientras estaba encarcelado, supo decir: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Pablo no estaba en una situación cómoda ni libre de problemas, al contrario, estaba preso por causa del evangelio. Sin embargo, su gozo no dependía de su libertad, sino de la presencia del Señor en su vida. Ese es el ejemplo que debemos seguir: alegrarnos siempre en Cristo, porque Él es inmutable y su amor nunca cambia.

Debemos gozarnos en el Señor porque Él nos ha dado salvación. Siendo nosotros pecadores, merecedores de condenación, el Señor nos amó con un amor tan grande que envió a su Hijo Jesucristo a morir por nosotros. Esa obra de redención es el motivo principal de nuestro gozo. No hay circunstancia en la vida que pueda eclipsar esta verdad gloriosa: en Cristo somos perdonados, justificados y hechos herederos de la vida eterna.

El gozo del Señor es también nuestra fortaleza. En los momentos de debilidad, el gozo nos sostiene, porque sabemos que el Señor está con nosotros. Es un gozo que nos impulsa a adorar aun en medio de la tormenta, a cantar cuando hay lágrimas, a confiar cuando todo parece perdido. Este gozo es la evidencia de que nuestra esperanza no está en este mundo, sino en el Dios eterno que gobierna todas las cosas.

Que ese gozo del Señor no nos lo quite nada ni nadie. No lo pueden robar las pruebas, las enfermedades ni las injusticias. Tampoco lo puede apagar el enemigo, porque no proviene de nosotros, sino de Dios. El Señor es grande y digno de toda alabanza y gloria, y mientras mantengamos nuestra mirada en Él, nuestro corazón se mantendrá alegre y confiado. Vivamos, pues, con el gozo que solo Cristo puede dar, un gozo que trasciende el tiempo y permanece para siempre.

Mi Ángel irá delante de ti
El camino del injusto