No hay otro que pueda iluminar nuestro camino, sino nuestro Dios poderoso. Él es nuestro Señor fiel en el cual podemos confiar con todo nuestro corazón. Muchas veces buscamos en otras personas, en consejos humanos o en nuestras propias fuerzas la dirección para avanzar, pero pronto nos damos cuenta de que esas luces falsas se apagan. Solo la luz de Dios permanece firme e inquebrantable, porque proviene de Aquel que es eterno y perfecto. Él es quien alumbra nuestro sendero en medio de la oscuridad de este mundo y quien nos da la confianza de que nunca caminamos solos.
No estamos hablando de alguien más, sino de nuestro Señor todopoderoso, aquel que no conoce límites y para quien nada es imposible. Solo Él puede fortalecernos cada día cuando nuestras fuerzas se acaban; solo Él puede darnos la sabiduría que necesitamos para enfrentar los retos de la vida; solo Él es capaz de abrir puertas que nadie puede cerrar y de quitar todos los obstáculos que se presentan delante de nosotros. Confiar en Dios no es una opción más, es la única vía segura para vivir en paz y esperanza.
Él es la luz para nuestros ojos, esa claridad que nos permite distinguir entre el bien y el mal, entre lo eterno y lo pasajero. Nuestros caminos se vuelven más seguros y firmes cuando andamos de la mano de Dios, cuando dejamos que Su voz guíe nuestras decisiones y Su Palabra sea la brújula que orienta cada paso. El mundo está lleno de incertidumbre, pero los que caminan bajo Su dirección pueden andar con confianza, porque saben que Aquel que los guía nunca se equivoca.
En el versículo tres se nos revela una verdad que debería llenar nuestro corazón de paz: aun si un ejército entero se levantara contra David, él no temería porque sabía que el Señor le daría la victoria. Esa convicción no surge de un optimismo humano, sino de la certeza de que el Dios que había estado con él en el pasado seguiría siendo fiel en el presente y en el futuro. ¿Podemos nosotros tener la misma confianza frente a las situaciones adversas que se nos presentan cada día? La respuesta es sí, siempre y cuando depositemos toda nuestra confianza en Dios.
La enseñanza de este pasaje es clara: el temor se disipa cuando recordamos quién es nuestro Dios. La angustia pierde fuerza cuando nos aferramos a la verdad de que Jehová es nuestra luz y nuestra salvación. El desánimo se desvanece cuando reconocemos que Él es la fortaleza de nuestra vida. Por eso, hermanos, no carguemos solos con las preocupaciones ni permitamos que el miedo gobierne nuestro corazón. Aprendamos de David y digamos con convicción que en cualquier circunstancia podemos estar confiados en el Señor.
Que cada día recordemos estas palabras y que nos sirvan de aliento para seguir firmes en la fe. No importa cuán grandes sean los enemigos, ni lo oscura que parezca la noche, si Dios es nuestra luz, nada nos podrá derrotar. Acerquémonos a Él con confianza, levantemos nuestros ojos al cielo y declaremos: Jehová es mi roca, mi salvación y mi fortaleza. En Él estoy seguro.