En el libro de Marcos nos encontramos con un hecho muy poderoso y, al mismo tiempo, un momento difícil para los discípulos, ya que Jesús les estaba hablando de la cercanía de su muerte. Para ellos, escuchar que el Maestro sería entregado, padecería y moriría, era algo muy duro de asimilar. Sin embargo, este pasaje nos abre una ventana al corazón de Cristo y a la profundidad del llamado que hace a todos los que desean seguirle. Entre los discípulos, Pedro siempre se mostraba atento a lo que Jesús hacía o decía. Aunque en varias ocasiones fue reprendido, también fue un hombre dispuesto a aprender, un ejemplo de alguien que caminaba cerca del Señor, aún con sus debilidades.
Jesús aprovechó aquel momento para enseñar una de las lecciones más importantes de la vida cristiana: todo aquel que quiere seguirle debe despojarse de sí mismo, negarse a sus propios deseos, tomar su cruz y caminar tras Él. La cruz aquí no es un adorno ni un símbolo vacío, sino un recordatorio de entrega y compromiso. Es la renuncia voluntaria a lo que nos ata, al egoísmo, al orgullo y a las pasiones de la carne, para poner a Cristo en el centro de nuestra vida.
El Maestro dejó claro que seguirle no sería un camino de comodidad, sino de sacrificio. Por eso, no solo habló a la multitud que lo rodeaba, sino también a sus propios discípulos. Quería que todos entendieran que la fe no consiste únicamente en palabras, sino en decisiones concretas que se reflejan en el diario vivir. Seguir a Jesús implica un costo, pero también una recompensa eterna.
34 Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
35 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
36 Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?
Marcos 8:34-36
El versículo 34 resume el núcleo del discipulado: negarse a sí mismo. Esta enseñanza choca con la cultura actual, donde se nos dice constantemente que debemos complacernos, buscarnos a nosotros mismos y poner nuestra voluntad por encima de todo. Jesús nos dice lo contrario: quien quiera seguirle debe renunciar al yo y entregarse plenamente a Él. Negarse a sí mismo no significa vivir sin identidad, sino reconocer que nuestra verdadera identidad está en Cristo.
Luego añade: «tome su cruz». En aquel tiempo, la cruz era el instrumento de muerte más vergonzoso y cruel del Imperio Romano. Para los oyentes, esta frase sonaba radical y difícil de aceptar. Pero Jesús lo usó para ilustrar que el seguimiento verdadero exige morir a la vieja vida, crucificar los deseos carnales y vivir para Dios. Tomar la cruz no es llevar un peso pasajero, es asumir la decisión de vivir bajo la voluntad del Señor, cueste lo que cueste.
El versículo 35 explica una paradoja espiritual: quien busca salvar su vida a toda costa, en realidad la pierde; pero quien entrega su vida por Cristo y el evangelio, la gana para siempre. Esto nos confronta directamente: ¿en qué invertimos nuestro tiempo y esfuerzo? Muchos corren tras los bienes materiales, la fama o el reconocimiento humano, pero todo eso se desvanece. En cambio, el que vive para Cristo encuentra vida abundante y eterna.
El verso 36 nos recuerda una verdad solemne: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”. Podemos conquistar riquezas, alcanzar títulos, poseer casas, tierras y honores, pero si al final nuestra alma se pierde, nada habrá valido la pena. La vida no se mide por lo que acumulamos, sino por nuestra relación con Dios. Solo Él puede dar sentido a nuestra existencia.
Querido hermano, la invitación de Jesús sigue vigente hoy: negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle. Esto implica obedecer Su Palabra aunque el mundo piense lo contrario, mantenernos firmes en la fe en medio de pruebas y vivir cada día con la esperanza puesta en la eternidad. No te aferres a lo que es pasajero, porque nada de eso podrá salvar tu alma. Acércate al Señor, entrégale tu vida por completo y experimenta la verdadera libertad que hay en Cristo.
Así que, levantemos nuestra cruz cada día con gozo, confiando en que el camino de Cristo es el mejor camino. Aunque cueste, aunque implique renunciar, este es el único camino que conduce a la vida eterna. Sigamos a Jesús, porque en Él está nuestra salvación.