Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos

Qué bueno cuando obedecemos los mandatos de Dios y somos fieles a ellos, cuando atendemos al llamado divino de vivir en rectitud y guardamos en el corazón Su Palabra. La obediencia a los estatutos de Dios no es una carga pesada, sino un camino seguro hacia la bendición. El Señor nos ha mostrado en la Escritura que la fidelidad trae consigo paz, protección y vida abundante. Cuando respondemos con humildad y gratitud a lo que Él nos manda, experimentamos una vida plena en Su presencia.

Muchos, sin embargo, no han obedecido este mandato de guardar la ley de Dios y de llevarla en lo más profundo de sus corazones. La vida moderna, con sus tentaciones y distracciones, aleja fácilmente al hombre de la voz de Dios. Las riquezas, los placeres y las preocupaciones de este mundo hacen que se olvide la ley que es capaz de sostenernos. No debemos olvidar que esta ley es puesta por el mismo Creador de todas las cosas, un Dios que nos ama y nos guía para nuestro bien eterno.

Por esta razón citaremos un verso que nos llama a cumplir con los estatutos de Dios en nuestras vidas, para que así podamos disfrutar de días más largos y llenos de paz:

1 Hijo mío, no te olvides de mi ley, Y tu corazón guarde mis mandamientos;

2 Porque largura de días y años de vida Y paz te aumentarán.

Proverbios 3:1-2

Es muy claro lo que nos está diciendo el proverbista en este pasaje. Salomón, lleno de la sabiduría de lo alto, nos recuerda que guardar los mandamientos no es solo un acto religioso, sino un principio de vida que trae paz y bendición. Dios, en Su amor, nos advierte que si guardamos Su Palabra y la obedecemos con sinceridad, añadirá a nuestros días fortaleza, paz y propósito. Es decir, nuestra vida no solo se alargará en tiempo, sino que será más plena y con sentido.

Debemos ser sabios y entender que obedecer al Señor es un refugio seguro. Él conoce los planes del enemigo que constantemente intenta desviarnos del camino. Satanás busca sembrar incredulidad, dudas y deseos engañosos para apartarnos de la Palabra y acortar nuestras bendiciones. Sin embargo, si permanecemos en la ley de Dios y somos rectos en nuestro andar, tendremos la certeza de que Dios añadirá paz y sostén a nuestras vidas.

Obedecer a Dios implica rechazar la voz del mundo que nos invita al pecado y nos ofrece caminos de aparente placer. Cuando ponemos a Dios en primer lugar y le somos fieles, Él abre las puertas correctas y nos guarda de los caminos que llevan a destrucción. Su Palabra es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino, y nos asegura que el que confía en el Señor no será avergonzado.

Conclusión

Guardar los mandamientos de Dios y obedecer Su Palabra es la clave para vivir una vida larga, en paz y llena de propósito. La obediencia nos libra de tropiezos, nos fortalece contra el enemigo y nos asegura una comunión constante con nuestro Padre celestial. Recordemos que Dios no nos da mandatos para limitarnos, sino para protegernos y bendecirnos. Caminemos bajo Su ley con fidelidad y rectitud, y veremos cómo Él añade paz y bendiciones a nuestros días. Que nuestra oración diaria sea: “Señor, ayúdame a obedecerte con todo mi corazón, a guardar tu Palabra y a vivir en fidelidad delante de Ti”.

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