Un amor inquebrantable que vence todo temor

El amor que es dado por nuestro amado Señor Jesucristo nos ayuda a superar todo temor, nos alienta en los momentos de debilidad y, sobre todo, nos sostiene para permanecer firmes en Él. Ese amor es la base de nuestra vida cristiana, porque no es un amor pasajero ni condicionado por nuestras obras, sino un amor eterno que desciende directamente del corazón del Padre. Cuando descansamos en este amor, nuestra alma encuentra paz aun en medio de la tormenta, y nuestra fe se fortalece.

Este es un amor inmenso, irremplazable y perfecto. Dios es el único que puede dar un amor así, pues su esencia misma es amor (1 Juan 4:8). No hay comparación con ningún afecto humano, porque el amor del Señor no cambia con el tiempo ni depende de lo que hagamos o dejemos de hacer. Es infinito y permanece en nosotros cuando creemos en Jesucristo. Por eso, al meditar en el amor de Dios, no podemos menos que rendirle gracias y adoración, reconociendo que si hoy tenemos vida y esperanza, es únicamente por su amor.

La Biblia está llena de testimonios de cómo este amor transforma vidas. El apóstol Pablo es un claro ejemplo. Antes de su encuentro con Jesús en el camino a Damasco, Pablo era un perseguidor de la iglesia, lleno de odio hacia los creyentes. Sin embargo, cuando la gracia y el amor de Cristo lo alcanzaron, su vida fue completamente cambiada. Aquel que antes respiraba amenazas contra los cristianos se convirtió en el más grande predicador del Evangelio, dispuesto a dar su vida por proclamar a Cristo. Eso solo puede explicarse por el poder transformador del amor de Dios.

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
para que seamos llamados hijos de Dios;
por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.

1 Juan 3:1

Ser llamados hijos de Dios es un privilegio inmenso y una verdad que debería llenar nuestro corazón de gratitud. No es algo que hayamos ganado, sino un regalo de amor. El Señor nos adoptó como hijos por medio de Cristo, y ahora podemos llamarle Padre. Este amor nos distingue del mundo, porque el mundo no conoce a Dios ni comprende la profundidad de su gracia. Aquellos que no han conocido al Padre difícilmente podrán entender nuestra relación con Él.

El amor del Padre es tan grande y maravilloso que entregó a su Hijo unigénito para salvarnos. Jesús fue azotado, escarnecido y finalmente crucificado por amor a nosotros. En la cruz llevó nuestras culpas, nuestros pecados y nuestra condenación, para que fuésemos perdonados y pudiéramos vivir en libertad. Ese sacrificio revela la mayor expresión de amor que jamás ha existido, un amor que no escatimó nada y que nos invita a permanecer en Él cada día.

Permanecer en el amor de Cristo significa vivir confiando en que nada nos puede separar de Él, como dice Romanos 8:38-39. Significa también aprender a reflejar ese mismo amor hacia otros, amando incluso a quienes nos ofenden, perdonando a quienes nos hieren y mostrando misericordia como la que recibimos. El amor de Dios no se limita a palabras; es acción, entrega y servicio.

Querido lector, hoy puedes descansar en este amor. No importa cuán grandes hayan sido tus errores, ni cuán profundo creas que has caído, el amor de Dios siempre será más alto, más ancho y más profundo que cualquier situación. Permanece en Él, deja que su amor llene tu corazón y transforme tu vida. Y recuerda: si Dios nos ha llamado hijos, es porque nos ama con un amor eterno. Vivamos entonces como verdaderos hijos, reflejando al Padre y mostrando al mundo que su amor sigue siendo la fuerza más poderosa del universo.

Subió a un árbol para ver al que traía su salvación
Si no ofrendo, ¿me caen maldiciones?