De tiempo en tiempo podemos ver cómo la Palabra de Dios ha sido traducida a muchos idiomas para llegar a diferentes naciones, pueblos y culturas. Esto es parte del propósito divino: que todos los seres humanos tengan acceso a la Escritura. Sin embargo, también vemos cómo en la historia ha habido intentos por detenerla, por destruirla o por impedir que sea conocida. Reyes, imperios, gobiernos y hasta grupos religiosos han querido borrar la Palabra de Dios de la memoria de la humanidad. Pero tal como ella misma declara, el cielo y la tierra pasarán, pero Su Palabra permanecerá para siempre. Nadie puede impedir el propósito de Dios ni frenar la verdad escrita en la Santa Biblia.
Todo lo que existe fue creado por Dios, y nada sucede fuera de Su voluntad. Por eso, cuando Él afirma que Su Palabra permanece para siempre, podemos estar seguros de que así será. No depende de los hombres ni de los tiempos, sino del Dios eterno que sostiene todas las cosas con el poder de Su Palabra. La Biblia no es un libro más, es la revelación de Dios mismo a la humanidad, y su permanencia es evidencia de que el Señor gobierna sobre todo.
Dios es Dios y todo fue creado por Él. El universo entero se sujeta a Su autoridad, cada criatura, cada elemento, cada parte de la creación hace reverencia delante de Su majestad. El mismo sol sale y se pone por orden de Dios, las estaciones obedecen a Su voz, y aún el hombre, aunque muchas veces en su necedad quiera ignorarlo, no puede escapar de la realidad de que todo está bajo la soberanía del Creador.
89 Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los cielos.
90 De generación en generación es tu fidelidad; Tú afirmaste la tierra, y subsiste.
91 Por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, Pues todas ellas te sirven.
92 Si tu ley no hubiese sido mi delicia, Ya en mi aflicción hubiera perecido.Salmos 119:89-92
Estos versículos nos recuerdan que la Palabra de Dios no es temporal, no es pasajera ni depende de las modas o culturas humanas. El salmista reconoce que permanece en los cielos, intacta, firme, eterna. Su fidelidad se ha mantenido de generación en generación; lo que prometió a Abraham, lo cumplió en Isaac y Jacob, y lo que prometió a Su pueblo Israel, también lo cumplirá en la iglesia de Cristo. Su fidelidad no cambia, porque Él mismo es inmutable.
El texto también nos enseña que todo lo creado subsiste por Su orden. El mundo no se mantiene en pie por casualidad o por la fuerza de los hombres, sino porque Dios así lo ha dispuesto. Cada día que respiramos, cada instante en que la tierra gira y el universo se sostiene, es evidencia de que Dios sigue reinando. Todo lo que existe sirve a Su propósito, incluso lo que no entendemos, incluso el dolor y la prueba, todo tiene un lugar en el plan divino.
El salmista termina reconociendo algo muy personal: que si no hubiese sido por la ley de Dios, que era su delicia, hubiera perecido en la aflicción. Esto nos muestra que la Palabra de Dios no solo es eterna en los cielos, sino que también tiene un efecto práctico en nuestra vida diaria. Nos consuela en la tristeza, nos fortalece en la prueba, nos da esperanza cuando todo parece perdido. Su Palabra es lámpara a nuestros pies y lumbrera en nuestro camino.
Conclusión: La Palabra de Dios permanece para siempre. Ha sido perseguida, despreciada y atacada, pero nunca destruida. Ella vive, ella guía, ella transforma. Que nuestro corazón, como el del salmista, halle delicia en la Escritura, porque en medio de la aflicción ella nos sostiene y nos recuerda que Dios es fiel de generación en generación. Vivamos con gratitud, confiando en que lo que Dios ha dicho en Su Palabra se cumplirá. Amén.