Esta es la gran revelación de Dios a su siervo Juan acerca de las cosas que habían de suceder. En ella se nos muestra la gloria eterna, la adoración celestial y la seguridad de la salvación que pertenece solo a nuestro Dios. Juan, en la isla de Patmos, recibe esta visión impresionante que trasciende la historia y nos dirige a la eternidad con nuestro Creador, recordándonos que la salvación viene de Él y no de nuestras propias obras.
Alabamos a Dios por su grande salvación, porque llegará el día glorioso en el que adoraremos en el cielo al Dios de nuestra salvación. Su nombre será exaltado para siempre. Esa salvación que ahora disfrutamos por la fe no es producto de nuestro esfuerzo, sino del sacrificio perfecto del Cordero que quitó el pecado del mundo. Es un regalo divino, una obra de gracia que nos asegura la vida eterna en la presencia de Aquel que reina en el trono.
10 y clamaban a gran voz, diciendo:
La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.11 Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios,
12 diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Apocalipsis 7:10-12
Juan contempló una multitud incontable de redimidos que, a una sola voz, reconocían que la salvación pertenece únicamente a Dios y al Cordero. Esta visión nos recuerda que toda la gloria debe ser dada a Él. Ningún mérito humano puede adjudicarse la salvación; es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los ángeles, los ancianos y los cuatro seres vivientes se unieron en adoración reverente, postrándose delante del trono. Allí no hay orgullo, allí no hay protagonismo humano, solo reconocimiento al único digno.
La escena es majestuosa: todos los presentes proclamaban con voz fuerte bendición, gloria, sabiduría, acción de gracias, honra, poder y fortaleza. Estos atributos representan lo que solo Dios posee en plenitud. Alaban a Aquel que es eterno, que ha sido, es y será por siempre. Lo hacen reconociendo que todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de Él.
Hoy, mientras aún peregrinamos en la tierra, debemos unirnos a esa adoración celestial. La iglesia en la tierra se prepara para el día en que se unirá con la iglesia triunfante en el cielo. Cuando levantamos nuestras manos en adoración, cuando rendimos nuestras vidas en obediencia, estamos anticipando ese momento glorioso en el que, junto con millones de redimidos, proclamaremos: “La salvación pertenece a nuestro Dios y al Cordero”.
Este pasaje también nos invita a la reflexión personal. ¿Reconocemos cada día que nuestra salvación no nos pertenece, sino que es un don divino? ¿Vive nuestro corazón agradecido por la obra redentora de Cristo? Si es así, nuestra vida debe ser una continua alabanza. No solo con palabras, sino también con hechos que glorifiquen a Dios en todo lo que hacemos.
La visión de Apocalipsis 7 nos recuerda que el cielo no será un lugar de silencio, sino de adoración eterna. Habrá cantos, proclamaciones y un ambiente de reverencia santa. Y lo más maravilloso es que estaremos allí por la gracia del Cordero, quien derramó su sangre para que pudiéramos ser parte de esa multitud. No estaremos allí por lo que hicimos, sino por lo que Él hizo en la cruz.
Conclusión: Toda la gloria, honra y salvación pertenecen a nuestro Dios. Él está sentado en el trono, y el Cordero, Jesucristo, reina con Él para siempre. Vivamos agradecidos, proclamando Su grandeza desde ahora, porque un día nos uniremos a esa multitud de ángeles y redimidos para declarar: “La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”.