El evangelio según Mateo narra del momento en que Jesús hablaba con sus discípulos y les enseñaba acerca de la fe.
La fe no hace falta para muchos pero la misma Biblia enseña que sin fe y amor no podemos agradar a Dios, pero vemos que lo primero que se mencionó fue la fe, ya que la fe es la que nos permite creer en el Señor con todo nuestro corazón, nos ayuda cada día a que confiemos en Dios y podamos creer en que un día será manifestado lo que todos por mucho tiempo hemos esperado: La venida de nuestro amado Señor Jesucristo.
La fe en el Señor es la que nos mantiene de pie, ella nos permite que día a día le busquemos. Nos ayuda pasar esas pruebas que vienen día a día a azotar nuestro espíritu para que desmayemos y dejemos de creer en el Señor.
Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.
Mateo 17:20
En el versículo anterior Jesús les dice claramente a sus discípulos que con un poco de fe pueden hacer grandes cosas. Claramente podemos ver que la fe en el Señor es tan poderosa que nos ayudará a mover todo lo que nos quiere turbar en el Señor. Todas murallas que sean puestas serán derribadas, todas las pruebas las podremos resistir en el Señor porque creemos fielmente en Él. Por eso oremos cada día para que Dios aumente nuestra fe. Recuerda que para Él nada es imposible.
Cuando hablamos de la fe, no nos referimos a una fe cualquiera, sino a una fe viva, que actúa, que se pone en práctica. No basta con decir “tengo fe”, sino demostrarlo en nuestras acciones y en nuestra manera de vivir. La fe verdadera nos impulsa a caminar con confianza, a obedecer a Dios aunque no entendamos todo lo que sucede a nuestro alrededor. Esta confianza plena es la que distingue a los que esperan en Dios, de aquellos que dudan o se dejan vencer por el temor.
En la Biblia encontramos muchos ejemplos de hombres y mujeres que tuvieron una fe firme. Abraham creyó en la promesa de Dios cuando se le dijo que sería padre de multitudes, aun cuando humanamente era imposible. Moisés confió en que Dios abriría el Mar Rojo para salvar a su pueblo. Y en el Nuevo Testamento vemos a personas que fueron sanadas solo por creer en el poder de Jesús. Todos estos relatos nos enseñan que la fe no se limita a palabras, sino que se manifiesta en confiar y obedecer a Dios en cualquier circunstancia.
La fe también es un escudo contra los ataques espirituales. El enemigo siempre busca sembrar dudas en nuestro corazón, haciéndonos pensar que Dios no nos escucha o que nuestras oraciones son en vano. Sin embargo, cuando mantenemos firme nuestra fe, podemos apagar todos los dardos de desánimo y seguir avanzando. La fe es la que nos da esperanza, nos recuerda que no estamos solos y que el Señor tiene el control de cada situación, incluso de aquellas que parecen imposibles.
Tener fe como un grano de mostaza significa que no se necesita una fe inmensa para ver la mano de Dios obrar, sino una fe genuina, aunque sea pequeña, pero sincera. Jesús resaltó esta comparación para mostrarnos que lo importante no es la cantidad, sino la autenticidad. Una fe pequeña, pero verdadera, puede producir milagros grandes porque está depositada en un Dios todopoderoso.
Además, la fe nos lleva a perseverar. Muchos oran por años antes de recibir respuesta, y es esa fe constante la que los sostiene. Dios no siempre responde de inmediato, pero sí responde en el tiempo perfecto. Mientras tanto, nuestra fe es probada y fortalecida. Cada prueba que atravesamos con confianza nos hace crecer espiritualmente, nos prepara para cosas mayores y nos acerca más al corazón de Dios.
En conclusión, la fe es indispensable en la vida cristiana. Es la que nos mantiene firmes, la que nos impulsa a seguir creyendo en medio de las tormentas y la que nos recuerda que en Cristo todo es posible. No importa qué tan grandes sean las montañas en tu vida, con fe pueden ser movidas. Pide cada día al Señor que aumente tu fe, y camina seguro en la confianza de que Él cumplirá sus promesas. La fe abre puertas, derriba murallas y nos lleva a experimentar el poder transformador de Dios.