¿Alguna vez te has preguntado cuál es la predicación correcta? Esta es una pregunta muy importante, puesto que si nosotros no llevamos el mensaje correcto, es como si estuviésemos lanzando piedras al cielo. Entonces, ¿cómo llevar el mensaje correcto? Pues, lo único que debemos hacer es conocer al único Dios verdadero a través de la Biblia, el mensaje de Jesucristo, y con eso estaríamos predicando el mensaje correcto a las perdidos.
La predicación siempre ha sido un pilar fundamental en la vida de la iglesia. Desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, Dios ha usado a hombres y mujeres para proclamar Su Palabra. Sin embargo, no todas las predicaciones están alineadas con el corazón de Dios. Muchas veces, por querer agradar a los oyentes o llenar templos, se ha perdido de vista lo esencial: presentar a Jesucristo como el único camino de salvación. Esta es la razón por la cual es vital reflexionar acerca de cuál es la verdadera predicación que Dios desea.
Los apóstoles tuvieron algo en común, y es que ellos presentaron a Jesucristo por encima de todo, es decir, el mensaje de ellos fue Jesucristo, y de esa manera la iglesia de aquel entonces logró éxito, pues miles y miles de personas reconocieron a Cristo como su Redentor.
Hoy en día queremos buscar métodos y estrategias para hacer que la gente asista a la iglesia, cuando en realidad lo único que tenemos que hacer es presentar a Cristo y el Espíritu Santo se encargará del resto.
El apóstol Pablo dijo a los Corintios:
1 Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.
2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;
4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
5 para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
1 Corintios 2:1-5
Pablo tenía bien en claro cuál era el mensaje que tenía que dar, de quién tenía que hablar, él sabía que las palabras llenas de mucho léxico no valían la pena, que los estudios y los títulos alcanzados no eran suficientes, pero sabía que hablar de la crucifixión y muerte Cristo sí era suficiente.
Hablar de Cristo es suficiente y este mensaje del Evangelio puede doblegar al alma más dura.
Si observamos la historia de la iglesia primitiva, nos damos cuenta de que los discípulos no tenían grandes recursos, ni templos imponentes, ni tecnología, sin embargo, contaban con lo más importante: la presencia del Espíritu Santo y la convicción de predicar a Cristo. Ellos entendieron que el poder del Evangelio no está en adornar el mensaje con palabras bonitas, sino en la verdad que transforma corazones. Es por eso que, a pesar de la persecución, lograron impactar al mundo conocido en su tiempo.
En la actualidad, muchas congregaciones invierten en campañas, publicidad o programas de entretenimiento con el fin de atraer personas. Aunque algunas de estas herramientas pueden ser útiles, jamás deben sustituir lo esencial: el anuncio de Jesucristo como Salvador. Una iglesia puede llenar sus bancos, pero si el mensaje central no es Cristo, estará vacía de propósito. Recordemos que solo la verdad de la cruz puede traer salvación y vida eterna.
La verdadera predicación también nos recuerda que el enfoque no está en el predicador, sino en Aquel que envió el mensaje. Pablo mismo reconocía su debilidad y temblor, pero entendía que su autoridad provenía de Dios y no de él. Esto nos enseña que no importa cuán elocuentes seamos, lo que realmente cambia vidas es el poder del Espíritu Santo actuando a través de la Palabra.
Por eso, cada creyente tiene la responsabilidad de cuidar que su mensaje apunte siempre a Cristo. Si hablamos de nosotros mismos, de motivación humana o de filosofías pasajeras, no estaremos predicando el Evangelio verdadero. La Biblia nos recuerda que la fe no debe estar fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Esa es la gran diferencia entre un discurso humano y la predicación inspirada por el cielo.
En conclusión, la predicación correcta es aquella que coloca a Jesucristo en el centro. No necesitamos adornar el mensaje con estrategias complicadas, lo que necesitamos es volver a lo simple y profundo: Cristo crucificado y resucitado. Ese fue el mensaje de los apóstoles, ese es el mensaje que todavía hoy tiene poder para salvar, sanar y transformar. Volvamos al corazón del Evangelio, porque solo en Jesús está la vida eterna y la verdadera esperanza.