Tu amor nos sostiene y nos alumbra

El amor de Dios es grande en nuestras vidas, ya que ese amor que viene del Padre nos hace diferentes y alumbra nuestro espíritu cada día.

Este tema es de suma importancia, porque el amor de Dios no es un concepto pasajero ni una emoción limitada al tiempo, sino una realidad eterna que transforma nuestra existencia. Cuando reconocemos que ese amor nos envuelve, podemos ver la vida desde una perspectiva distinta, llena de fe, esperanza y confianza. Así como el sol ilumina cada mañana, el amor del Padre brilla en nuestros corazones, aun en los momentos más difíciles.

Es bueno recordar que solo en Jesús podemos encontrar ese amor que necesita nuestro corazón, un amor que cambia nuestro lamento en baile y nos ciñe de alegría así como lo dice su palabra, es un amor que perdura.

Jesús es la máxima expresión del amor de Dios, pues a través de su sacrificio en la cruz nos dio vida eterna y abrió el camino hacia la reconciliación con el Padre. Cuando permitimos que ese amor habite en nosotros, dejamos atrás el vacío y el dolor, y en su lugar recibimos gozo, paz y consuelo. Este amor no tiene fin, no depende de nuestras obras, sino de la fidelidad de Aquel que nunca cambia.

A través del amor que recibimos de parte de nuestro Dios, también podemos dar a otros y demostrar que su amor es grande y sublime y que sin ese amor no podemos sobrevivir.

El amor de Dios nos invita a reflejarlo en nuestras acciones diarias. Así como Él nos ha amado, nosotros debemos amar al prójimo, perdonar, ayudar y mostrar compasión. La Biblia enseña que amar a los demás es el cumplimiento de la ley, porque cuando amamos sinceramente estamos manifestando la presencia de Dios en nosotros. Sin su amor, el ser humano vive en un constante vacío, pero con Él podemos experimentar plenitud y propósito.

3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.

4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos.

Salmos 63:3-4

El salmista David dice en los versículos anteriores que el amor de Dios, o sea, su misericordia es más que la vida, porque si tenemos vida es porque Él nos la da, pero podemos reconocer que este hombre a pesar de estar en este desierto, no se rendía, más bien adoraba el nombre de Dios, reconocía su poderío, porque ese poderío y misericordia lo acompañaban donde quiera que él estaba.

Este ejemplo de David es un recordatorio para nosotros. Aunque atravesemos por momentos de dificultad o estemos en un “desierto espiritual”, debemos reconocer que el amor y la misericordia de Dios nos sostienen. El rey David no enfocaba su mirada en los problemas, sino en el Dios todopoderoso que lo fortalecía. Esa misma actitud debemos tener cada día: no rendirnos, sino levantar nuestras manos en señal de adoración y gratitud.

Nunca dudemos de ese amor y esa bondad que habitan en nuestro Señor, Él es quien cambia todo, cuando estamos por caminos oscuros, nos alumbra y con su misericordia nos sostiene, no hay barrera que en su nombre no rompamos, ni un monte que no escalemos. Todo lo podemos porque su poder y amor nos dan fuerzas para que tengamos valor y continuemos hacia la victoria.

El amor de Dios es nuestra fortaleza en medio de la debilidad. Cuando sentimos que no tenemos fuerzas, Él nos renueva; cuando la tristeza nos invade, Él nos llena de alegría. Confiar en ese amor es saber que nada ni nadie podrá detenernos, porque contamos con un respaldo celestial. Así, cada paso que damos lo hacemos seguros de que la victoria está asegurada en Cristo Jesús.

No temamos a nada ni a nadie porque Dios está con nosotros como poderoso gigante, mantén tu frente en alto proclamando su misericordia día tras día. Estamos más que seguros que su poder nos acompaña.

La seguridad que nos da el amor de Dios elimina el temor. No importa lo que enfrente el mundo, ni los ataques del enemigo, porque su misericordia nos protege y su presencia nos fortalece. Cuando proclamamos su amor, nuestra fe se incrementa y se convierte en testimonio para otros. Es así como podemos ser luz en medio de la oscuridad.

Alabemos el nombre de nuestro Dios todos los días, demos gloria a Él, demos gracias porque su gracia y bondad van tomadas de las manos con nosotros. Amén.

En conclusión, el amor de Dios es la base de nuestra vida espiritual. Es un amor que nos rescata, nos transforma y nos impulsa a vivir con esperanza. No hay nada que se compare a su misericordia, por eso debemos agradecerle siempre y compartir con los demás la grandeza de ese amor. Cada día es una oportunidad para levantar nuestras manos, adorarle y vivir bajo su perfecta voluntad. Recordemos que somos más que bendecidos por ser amados por el Creador del universo.

Tres versículos de la Biblia que nos hablan de la necesidad de Dios
Mi fuerza eres Tú Señor