El cristianismo es como una carrera, como esas competiciones que hacen los atletas, ellos siempre luchan para correr bien esa carrera, para quedar en primer lugar y así poder ganar el premio final. Otra cosa que se puede destacar es que su mirada siempre está puesta en la meta, también comen muy saludable y practican toda su vida para ganar. Amados hermanos, así mismo es el cristianismo, corremos esta carrera y debemos hacerlo bien porque al final nos espera una corona.
El apóstol Pablo dijo:
24 ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
26 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,
27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. 1 Corintios 9:24-27
Pablo pone un excelente ejemplo, una carrera en un estadio, varias personas corriendo por el mismo premio, pero solo uno puede obtener el premio. El apóstol nos dice que corramos esta carrera de tal manera que podamos obtener el premio. Aquí podemos hacer una parada en la frase «de tal manera», es como si Pablo estuviera diciendo: «Recuerden todo lo que les he dicho del cristianismo, de cómo vivirlo, pues, vivan de esa manera, a fin de obtener la corona de vida».
La comparación de Pablo es poderosa, porque en los tiempos antiguos los atletas dedicaban años de esfuerzo y disciplina para competir en los juegos. No corrían de manera improvisada, sino que lo hacían con preparación, sacrificio y enfoque en la meta. Lo mismo ocurre con nuestra vida cristiana: no se trata de vivir de cualquier forma, sino de caminar con propósito, guardando la fe y apartándonos de todo aquello que pueda desviarnos del objetivo final.
Y como hemos dicho anteriormente, estas personas se abstienen de muchas cosas para poder correr bien, y lo mismo nos toca a nosotros, abstenernos de ciertas cosas para poder correr bien. Oh amados hermanos, ¿nos estamos absteniendo de ciertas cosas para correr bien esta carrera? La abstinencia no significa privarse sin sentido, sino reconocer que lo eterno es más valioso que lo temporal. Si un atleta renuncia a placeres momentáneos para obtener un premio humano, ¿cuánto más debemos nosotros consagrarnos para recibir una corona incorruptible?
En el mundo actual, muchas cosas pueden convertirse en obstáculos: la falta de oración, el amor desmedido al dinero, el orgullo o el afán de agradar a los hombres. Todos estos elementos son como pesos que nos atrasan en la carrera. Por eso, el escritor de Hebreos nos recuerda que debemos despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, y correr con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Nosotros corremos, pero no esperando un premio que luego será olvidado y cogerá polvo en las repisas de nuestras casas. Corremos una carrera que involucra un premio eterno, y por eso nuestra carrera es una buena carrera. La vida eterna, la comunión con Dios y la victoria sobre el pecado son las verdaderas recompensas. Este premio no se marchita, no se corrompe, ni se desvanece, sino que permanece para siempre.
La perseverancia es clave en esta carrera. Muchos comienzan con entusiasmo, pero se desaniman en el camino. Sin embargo, el Señor nos llama a ser fieles hasta la muerte para recibir la corona de la vida. Esto nos motiva a no desmayar, aunque vengan pruebas, tentaciones o dificultades. El mismo Pablo, al final de sus días, pudo decir: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe». Ese es el testimonio que todos deberíamos anhelar dar.
Así que amados hermanos, corramos bien esta carrera de la fe, sabiendo bien que obtendremos el mejor premio. Que cada paso esté guiado por la Palabra de Dios, que cada esfuerzo esté sustentado en la gracia de Cristo y que cada día nos acerquemos más a la meta. Recordemos siempre que no corremos solos, sino que tenemos al Espíritu Santo que nos fortalece y al Señor Jesús que nos espera con la corona de gloria.
Conclusión: El cristianismo es una carrera que requiere disciplina, fe y perseverancia. No se trata de competir contra los demás, sino de mantenernos firmes en Cristo hasta el final. La meta no es un trofeo terrenal, sino la vida eterna que Dios promete a todos los que le aman. Corramos con gozo, sabiendo que al final de la jornada nos espera la victoria más grande de todas.