Cómo debemos amar

El amor hacia los demás no se muestra solo con palabras, sino también con hechos, dando a conocer que en verdad somos hijos de Dios, porque Dios es amor, y todo el que practica el amor es de Dios. El amor verdadero no se queda en un discurso vacío, ni en frases bonitas que se desvanecen en el aire, sino que se convierte en acciones concretas que reflejan la naturaleza de nuestro Padre celestial. Por eso, cuando servimos, perdonamos, ayudamos y nos entregamos por los demás, mostramos al mundo que el amor de Dios habita en nosotros.

El que está en el Señor no finge el amor de Dios, porque el amor divino es genuino, puro y eterno. Este amor nunca falla, nunca se agota y permanece para siempre. Todo aquel que vive en los caminos de verdad y de bondad no necesita aparentar lo que no tiene, sino que refleja con naturalidad la gracia de Cristo que mora en su corazón. La diferencia entre un creyente verdadero y uno superficial se nota precisamente en la autenticidad de su amor: mientras uno ama de corazón, el otro solo finge por conveniencia.

Hay muchas formas de demostrar el amor hacia los demás. Una de ellas es brindar ayuda al necesitado, no solo con lo material, sino también con palabras de aliento y compañía en momentos de dificultad. Otra forma es hablar del amor tan grande que Dios tiene para toda la humanidad, recordando que ese amor es capaz de transformar cualquier vida. Cuando compartimos este mensaje, damos esperanza a quienes sienten que todo está perdido y les mostramos que hay una salida en Cristo.

Veamos qué nos dice la Biblia acerca de este amor que debemos demostrar a los demás:

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.

Romanos 12:9

La carta del apóstol Pablo a los Romanos nos habla de una gran verdad sobre el amor hacia los demás. Pablo exhorta a que el amor sea genuino, sin falsedad ni doble intención. Esto se debe a que muchos pueden aparentar bondad, pero su corazón no está lleno de la presencia de Dios. Sin Cristo, el amor humano tiene límites, se desgasta y se corrompe fácilmente. En cambio, cuando el Espíritu Santo habita en nosotros, produce un amor verdadero que fluye de manera natural, un amor que es paciente, benigno y que no busca lo suyo.

Todo aquel que está en Cristo Jesús tiene un amor que no depende de las circunstancias. Este amor verdadero traspasa el dolor, el rechazo y la indiferencia, porque no está basado en emociones humanas, sino en la esencia misma de Dios. Muchos han vivido una vida marcada por la amargura, el sufrimiento y la falta de afecto, pero al encontrarse con el Señor descubren una fuente inagotable de amor que les cambia la vida. Nosotros, como creyentes, somos portadores de ese amor, y por lo tanto, debemos compartirlo con aquellos que todavía no han conocido al Dador del amor eterno.

Jesús nos enseñó con su ejemplo que amar no es opcional, sino un mandato. Él amó a los despreciados, se acercó a los marginados, sanó a los enfermos y perdonó a los pecadores. Su amor no se limitó a palabras, sino que se expresó en hechos concretos, llegando hasta el sacrificio supremo en la cruz. Siguiendo ese ejemplo, el cristiano verdadero debe estar dispuesto a amar incluso a quienes no lo merecen, porque así es el amor de Dios: inmerecido, incondicional y eterno.

Si quieres conocer a Dios, solo tienes que acercarte a Él con un corazón sincero. Ve delante de su presencia y pídele que te llene con ese amor que dura para siempre, el cual es capaz de transformar tu vida y permitirte amar a aquellos que antes despreciabas. El amor de Dios rompe cadenas de odio, sana heridas profundas y convierte corazones endurecidos en corazones sensibles. Cuando recibes este amor, descubres que tu vida ya no tiene espacio para el rencor ni para la indiferencia.

Por eso, desecha todo lo malo y busca siempre hacer el bien en el nombre de Jesús. No se trata de amar con nuestras fuerzas, sino de permitir que el amor de Dios fluya a través de nosotros. Cuando vivimos de esta manera, nos convertimos en testigos vivos del evangelio, porque el mundo verá en nuestras acciones la luz de Cristo. El amor no es un sentimiento pasajero, sino una decisión diaria de reflejar al Señor en todo lo que hacemos. Recuerda: cuando amamos a los demás, mostramos que realmente hemos nacido de Dios.

En conclusión, el amor cristiano es una evidencia de nuestra fe y un fruto del Espíritu Santo. Amar sin fingimiento, perdonar de corazón, ayudar sin esperar nada a cambio y hablar con gracia son formas de mostrar que en verdad somos hijos de Dios. El amor nunca falla, porque proviene del Dios eterno. Por tanto, caminemos cada día en amor, no solo con palabras, sino también con hechos, sabiendo que en esto el mundo conocerá que somos discípulos de Cristo.

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