Una expresión más amable para Jesús

A veces pedimos a Jesús de la manera menos apropiada y esto muchas veces se debe a las malas enseñanzas que se nos han impartido sobre algunos textos de la Biblia. Pensamos que tenemos autoridad para que Jesús conteste nuestras oraciones inmediatamente, y si Él no lo hace hasta dejamos de creer en Dios o nos sentimos defraudados, y esta es exactamente la actitud que un creyente no debe tener.

La Biblia, siempre nos trae historias que nos ayudan a saber la manera correcta en la que debemos actuar, orar y hacer todo en la vida cristiana, y es por ello que es tan importante que la leamos y estudiemos. Hay un pasaje de las Escrituras en el evangelio según Mateo que nos enseña la manera más amable de pedirle algo a Dios:

1 Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente.

2 Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

3 Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.

Mateo 8: 1-3

Un leproso se acerca a Jesús, obviamente este había escuchado de las cosas que hacía Jesús, de cómo sanaba a los enfermos y hacía milagros que nadie jamás hizo. En segundo lugar, estamos hablando de un leproso, alguien apartado de la sociedad, incluyendo a su familia, alguien que para la ley era inmundo. Pero este se toma el atrevimiento de acercarse al Maestro, al Hijo de Dios, y le pide con las palabras más dulces: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».

Este hombre tenía fe de que Jesús le podía sanar, pero también comprendía su posición como hombre desechado de la sociedad, él sabía bien cuál era su lugar y se acercó a Jesús de la manera más amable, sabiendo que en él no había mérito alguno.

A veces nosotros nos acercamos a Dios para pedirle algo de una manera que pareciera que pensamos que Dios tiene que hacer todo lo que digamos, y erramos en esto, tenemos que acercarnos con humildad, sabiendo que en nosotros nada bueno hay, teniendo fe, y esperando solo que se haga la perfecta voluntad de Dios.

Luego de estas palabras del leproso, Jesús lo tocó, sí, a pesar de la lepra y de que estaba apartado de la sociedad, Jesús le demuestra empatía y le toca, y no solo le toca si no que le dice: «Quiero; sé limpio». Al instante su lepra desapareció.

Queridos hermanos, sepamos bien cómo pedir a Jesús, puesto que muchas veces no recibimos porque pedimos de la manera incorrecta.

Que esta historia del leproso nos ayude de una manera u otra a acercarnos mejor a Dios.

Este pasaje también nos enseña que el verdadero poder de la oración no está en la elocuencia de nuestras palabras ni en exigir resultados, sino en la disposición del corazón. El leproso no reclamó sanidad como si fuera un derecho, sino que reconoció la autoridad de Cristo y se sometió a Su voluntad. Esa actitud de reverencia y humildad es la que Dios espera de cada uno de nosotros cuando nos acercamos a pedirle algo.

Hoy en día vivimos en una sociedad que promueve la inmediatez: queremos resultados rápidos, soluciones instantáneas y respuestas inmediatas. Sin embargo, Dios obra en sus tiempos perfectos, no en los nuestros. Si nuestras oraciones parecen tardar en ser contestadas, no significa que Dios no nos ame, sino que está trabajando en nosotros para fortalecer nuestra fe, enseñarnos paciencia y mostrarnos que Su voluntad siempre es mejor que la nuestra.

El ejemplo del leproso también nos habla del valor de la fe sencilla. No se presentó con rituales complicados ni con discursos extensos, sino con una frase cargada de fe: «Señor, si quieres». Esa confianza en la soberanía de Cristo es la que debemos imitar. Dios no busca discursos adornados, sino corazones sinceros que se rinden delante de Él reconociendo su necesidad de gracia.

Asimismo, el gesto de Jesús al tocar al leproso es profundamente significativo. Nadie se acercaba a los leprosos, pues eran considerados impuros e intocables. Pero Jesús rompe con esa barrera social y religiosa, mostrando que Su amor trasciende cualquier limitación humana. Él no solo limpia la lepra física, sino que también sana las heridas emocionales y restaura la dignidad de quienes son marginados. Esto nos recuerda que Dios no hace acepción de personas y que está dispuesto a recibirnos tal como estamos.

En nuestras vidas cotidianas también enfrentamos «lepras» espirituales y emocionales: culpas, heridas del pasado, temores, dudas y hábitos dañinos. Tal como aquel hombre, necesitamos reconocer que Jesús es el único que puede limpiarnos. Al acercarnos con humildad y confianza, Él nos extiende su mano poderosa y nos transforma desde adentro, trayendo sanidad y restauración.

Por eso, cada vez que elevemos una oración, recordemos que no estamos frente a un genio que concede deseos, sino delante del Dios Todopoderoso, cuya voluntad es perfecta. Presentemos nuestras peticiones con fe, pero siempre con la disposición de aceptar Su respuesta, confiando en que Él sabe lo que es mejor para nosotros.

Conclusión: La historia del leproso nos enseña a pedir con humildad, reconociendo la autoridad de Cristo y sometiéndonos a Su voluntad. Aprendamos a esperar con paciencia, confiando en que Dios escucha nuestras oraciones y responde de acuerdo a su perfecto plan. Que cada uno de nosotros imite la fe sencilla de aquel hombre y experimente la poderosa gracia de Jesús que sana, restaura y transforma.

Aunque se levante el mar y los vientos soplen, en Dios estaré confiado
Oíste la voz de mis ruegos cuando a Ti clamaba