Todo aquel que ha leído los libros de los Reyes y las Crónicas de los reyes de Israel, se dará cuenta de que así como existieron reyes muy malos que desviaron al pueblo del Señor, también hubo reyes que caminaron en obediencia y fidelidad a Dios. Entre los más recordados tenemos a David, a Salomón en su primera etapa, a Josafat, y a otros que fueron ejemplo de devoción. En este artículo nos concentraremos en un rey en especial, Ezequías, un hombre temeroso del Señor que procuró andar en sus caminos, aun en medio de tiempos difíciles y de amenazas externas e internas para su nación.
La Biblia nos relata en el capítulo 20 del segundo libro de Reyes un episodio particular en la vida de Ezequías. El relato nos dice que el rey cayó enfermo de muerte, y en ese momento se le presentó el profeta Isaías con un mensaje que parecía definitivo: «Ordena tu casa porque morirás». Imagínese recibir una palabra como esta, donde no hay esperanza humana y donde todo parece llegar a su final. Sin embargo, Ezequías no se resignó de inmediato a esa sentencia. En lugar de rendirse al diagnóstico, se volvió hacia Dios y clamó con todo su corazón. Este detalle nos enseña que la última palabra nunca la tienen los hombres, ni los profetas, ni la enfermedad, sino Dios mismo.
De la misma manera que Ezequías, nosotros también enfrentamos momentos de desesperanza, situaciones que parecen imposibles de resolver y noticias que nos golpean con fuerza. Pero es en esos momentos cuando más debemos acudir al Señor en oración y fe. La Biblia nos recuerda que «sin fe es imposible agradar a Dios», y que aquellos que se acercan a Él deben creer que existe y que es galardonador de los que le buscan. Ezequías entendió que la fe era su única arma y que debía derramar su alma delante de su Creador.
La Escritura nos dice que Ezequías oró de esta manera:
2 Entonces él volvió su rostro a la pared, y oró a Jehová y dijo:
3 Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro.
2 Reyes 20:2-3
Este detalle es poderoso. Ezequías se volvió a la pared, lo que representa apartarse de todo lo que le rodeaba, cerrar sus oídos al bullicio del palacio, y enfocarse únicamente en Dios. No buscó excusas ni argumentos vacíos, sino que abrió su corazón con humildad y lágrimas. Le recordó al Señor su caminar en obediencia, no para demandar un derecho, sino como testimonio de su sinceridad. Esto nos enseña que en nuestras oraciones no necesitamos discursos elaborados, sino un corazón sincero, quebrantado y dispuesto a depender de la voluntad de Dios.
La respuesta divina no se hizo esperar. La Biblia nos narra lo siguiente:
4 Y antes que Isaías saliese hasta la mitad del patio, vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo:
5 Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová.
6 Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria; y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo.
2 Reyes 20:4-6
¡Qué impresionante! Dios no solo sanó a Ezequías, sino que le concedió quince años más de vida y prometió librarlo de sus enemigos. Todo esto fue respuesta a una oración sincera. El texto nos muestra que antes de que Isaías saliera del palacio, Dios ya había decidido revertir la situación. Así de rápido responde el Señor cuando ve un corazón humillado delante de Él.
Hermanos, el secreto de la oración de Ezequías no fue reclamarle a Dios ni exigir un milagro como si tuviera un derecho adquirido. Él se acercó con humildad y quebrantamiento, reconociendo que su vida estaba en las manos del Altísimo. De la misma forma debemos nosotros presentarnos ante Él: con un corazón sencillo, confiando en que Su voluntad es buena, agradable y perfecta. No debemos acudir a Dios con altivez o exigiendo respuestas, sino con fe y rendición.
Este pasaje nos recuerda que no hay nada imposible para Dios. El mismo que extendió los días de Ezequías es el que puede extender nuestras oportunidades, restaurar nuestra salud, sanar nuestras familias y abrir caminos donde parece que no los hay. Solo necesitamos acudir a Él en oración, confiando plenamente en su poder y misericordia.
Querido lector, cualquiera que sea tu enfermedad, tu prueba o tu dificultad, recuerda que Dios sigue escuchando las oraciones sinceras. Al igual que Ezequías, podemos derramar nuestro corazón delante de Él con lágrimas, con humildad y con fe, sabiendo que el Señor ve, escucha y responde. Y aunque su respuesta no siempre será la que esperamos, será siempre la mejor, porque proviene de un Padre que nos ama con amor eterno.
No olvidemos que Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Él sigue haciendo milagros y respondiendo oraciones. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.