El don de Dios para los hombres

De la salvación se habla mucho hoy en día, y cada religión o filosofía de vida tiene una opinión distinta sobre este tema tan profundo y trascendental. Algunos la relacionan directamente con las obras y con los méritos humanos, como si fuera un premio que el hombre puede alcanzar por sí mismo. Otros la ven como un simple regalo de Dios, dado a todo aquel que cree. Ante tantas voces y tantas interpretaciones, surge la pregunta: ¿cómo se ve este tema en la Biblia? Gracias a Dios, las Sagradas Escrituras nos ofrecen una respuesta clara y firme. La Biblia nos muestra la salvación como un don de Dios para los hombres, nunca como algo que el ser humano pueda ganar a través de sus obras o esfuerzos personales.

Para comprender el don de la salvación, es necesario mirar primero la obra de Cristo en la cruz. Lo único que realmente puede hacernos salvos es la muerte y resurrección de Jesucristo, porque en ese acto perfecto quedó satisfecha la justicia de Dios. El sacrificio de Cristo fue único y suficiente; ninguna otra obra humana puede añadir o complementar lo que ya fue concluido en el Calvario. Cuando Jesús dijo en la cruz: «Consumado es» (Juan 19:30), estaba declarando que la obra de la redención estaba completada para siempre.

El apóstol Pablo lo expresa de forma contundente en su carta a los Efesios:

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
Efesios 2:8-9

Aquí Pablo presenta la salvación como un don, es decir, como un regalo gratuito de Dios. En este contexto, la palabra «don» significa precisamente algo que se recibe sin mérito alguno, sin que el receptor haya hecho nada para merecerlo. Esto significa que el hombre no puede alcanzar la salvación mediante sus obras, rituales o sacrificios personales. Todo depende de la obra concluida de Cristo en la cruz. Si Cristo no hubiera muerto y resucitado, no habría redención ni esperanza para la humanidad.

Es verdad que este tema puede resultar complejo para algunos. Hay quienes piensan que hablar de salvación por gracia es dar licencia para vivir como uno quiera. Sin embargo, la realidad es lo contrario. Cuando alguien ha experimentado la salvación, su vida cambia. No vivimos bien para ser salvos, sino porque ya hemos sido salvados. La obediencia, la santidad y las buenas obras son la evidencia externa de una fe genuina, pero nunca la causa de la salvación. Como bien enseña Santiago, “la fe sin obras es muerta” (Santiago 2:26), pero esas obras son fruto de una fe viva, no el medio para alcanzar el favor de Dios.

Dios nos ha dado el regalo más grande que alguien pueda recibir: la salvación de nuestras almas. No hay tesoro terrenal que se compare con este don eterno. No proviene de nuestras fuerzas ni de nuestra capacidad; proviene únicamente de la gracia divina. Esta verdad debe llevarnos a la humildad, porque nadie puede jactarse de haber alcanzado la salvación por sus propios méritos. Todo lo contrario: debemos reconocer que somos totalmente dependientes de la obra de Cristo.

Querido lector, este es un llamado a entregar tu vida a Dios, a dejar de confiar en tus fuerzas y descansar en lo que Cristo ya hizo en la cruz. No pongas tu seguridad en las obras humanas, en religiones o en esfuerzos personales. Pon tu confianza en Jesús, el único que salva. Él es poderoso para sostener tu vida y darte seguridad eterna. La salvación es un regalo precioso que Dios nos ofrece; solo nos queda recibirlo con fe, vivir agradecidos y proclamar con gozo que “en ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12), sino en Cristo Jesús, nuestro Señor.

El llanto se convertirá en alegría
Haz con los demás lo que quieres que hagan contigo