A lo largo de la historia bíblica vemos cómo Dios estableció diferentes pactos con su pueblo. El antiguo pacto, contenido en el Antiguo Testamento, se caracterizó por una gran cantidad de leyes, mandamientos y normas que regulaban la vida de Israel. Para nosotros, que vivimos en el tiempo de la gracia, es importante conocer esa diferencia y comprender el enorme privilegio que significa pertenecer al nuevo pacto en Cristo Jesús. Esto no solo fortalece nuestra fe, sino que nos recuerda que ya no dependemos de nuestros méritos humanos, sino de la obra perfecta de nuestro Salvador.
El antiguo testamento está compuesto por un sin fin de leyes y normativas para el pueblo de Israel, las cuales eran sumamente difíciles de llevar. Por esto el apóstol Pablo dice en Romanos 8:2-3:
Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
Cuando leemos la ley de Moisés nos damos cuenta de muchas leyes que eran difíciles de guardar o cumplir al pie de la letra y hasta pensamos que nos sería prácticamente imposible de llevar. Considere esto, eran cientos de leyes, que a esa generación le era muy difícil de guardar. Y es por esto que de antemano había preparado un pacto mucho mejor. Un pacto que dice:
«Porque éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días,» declara el SEÑOR. «Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo.
Jeremías 31:33
El antiguo pacto está comandado por un sin número de prohibiciones, sin embargo el nuevo nos habla más bien de todo lo que Cristo ha hecho por nosotros, de sus misericordias, de su amor inagotable, de que no necesitamos nada para venir a Él, de que ya no necesitamos llevar un macho cabrío para sacrificarlo delante de Él.
En el capítulo ocho del libro de Juan encontramos una historia muy famosa, la cual hace un paralelismo entre el nuevo pacto y el antiguo. Aquí encontramos una mujer que había sido sorprendida en adulterio y la ley de Moisés mandaba a apedrear a tales personas. Y en aquel tiempo los fariseos le decían a Jesús lo referente a la ley de Moisés, y le preguntaban: Tú, pues, ¿qué dices? La respuesta de Jesús fue: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella».
Indudablemente, ninguno de ellos pudo responder, puesto que ninguno estaba libre de pecado, y por ende fueron desfilando uno a uno. ¿Qué quiere decir esto? El antiguo pacto era tan estricto que inmediatamente recibías acusaciones, sin embargo, el nuevo es todo lo contrario, puesto que no trata de un esfuerzo del hombre por encontrar a Dios, pero el nuevo trata de Dios buscando al hombre.
Este contraste es fundamental para la vida cristiana. Mientras que la antigua ley mostraba la incapacidad del ser humano de alcanzar la santidad por sí mismo, el nuevo pacto revela la iniciativa divina: Dios mismo proveyó la solución a través de Cristo. La gracia no es una licencia para pecar, sino una oportunidad para vivir en libertad espiritual, sabiendo que nuestros pecados son perdonados en la cruz. El Espíritu Santo nos capacita a vivir en obediencia y nos da fuerzas para no volver a la esclavitud del pecado.
También es importante destacar que el nuevo pacto no elimina la santidad de Dios, al contrario, la realza. La diferencia está en que ahora la justicia de Cristo es imputada a nosotros, de modo que ya no dependemos de sacrificios rituales ni de nuestra propia fuerza. Esto trae descanso al alma cansada y esperanza al corazón abatido, porque sabemos que no estamos solos en la lucha contra el pecado.
En la práctica diaria, el nuevo pacto nos invita a vivir en una relación cercana con Dios. Ya no se trata solo de cumplir reglas externas, sino de permitir que su Espíritu transforme nuestro interior. Este cambio genuino produce frutos de amor, paz, paciencia, gozo y bondad que se manifiestan en nuestras relaciones y en nuestro carácter.
Y damos gracias a Dios porque vivimos en un nuevo pacto, donde tenemos acceso libre al trono de la gracia, donde tenemos un abogado para cuando pecamos. ¡Alabado sea Dios por la tremenda gracia que se nos ha sido concedida!
En conclusión, mientras el antiguo pacto expuso la incapacidad humana, el nuevo pacto resalta la suficiencia de Cristo. Esto nos lleva a una vida de gratitud y de confianza plena en Aquel que venció el pecado y la muerte. Que podamos valorar esta gracia inmerecida y caminar cada día bajo la guía del Espíritu Santo, entendiendo que el amor de Dios es más grande que cualquier debilidad humana.