Saber como preparar un sermón es de suma importancia y este tema va más dirigido para aquellos quienes predican pero nunca han asistido a un instituto bíblico, puesto que allí se enseñan los buenos principios para preparar un sermón. Hay algunas cosas que debemos tener en cuenta a la hora de preparar un sermón, ya que es una responsabilidad muy grande el hablar a otros, pues es como una espada de doble filo, puedes tanto edificar como destruir y el propósito del predicador debe ser llevar a la congregación al conocimiento pleno de Cristo Jesús.
A continuación les mostramos cinco cosas que no se deben hacer al predicar:
1 – Sacar el texto de contexto
Se da mucho la situación de que cuando preparamos un sermón queremos utilizar un versículo bíblico para ilustrar lo que tenemos pensado decir. Esto no es correcto. Los versos no se utilizan para ilustrar ideas. Al hacer eso podemos caer en el error de sacar un texto de contexto. Sí podemos usar ilustraciones en nuestro sermón, pero no de forma tal que usemos versos para ilustrar, sino que usemos versos para expresar la intención del autor de los versos y a esto le llamamos predicación expositiva.
Si nosotros leemos un texto pero no expresamos la intención del autor, entonces no estamos haciendo buen uso de la Palabra de Dios y no estamos siendo fieles a lo escrito. Por lo cual, predicador, nuestra recomendación es que antes de elegir un verso leas el texto completo y si es posible haz un análisis de todo lo que quiso decir el autor, de manera que puedas llevar a la iglesia al conocimiento pleno de aquello que has leído.
2 – Hablar más de tus testimonios que de Cristo
Es de suma importancia que cada predicador entienda el propósito de la predicación, el cual es exponer a los demás la persona de Cristo y sus virtudes y no nuestros testimonios. Es bueno expresar lo que Dios hace día a día en nuestras vidas, pero la esencia del mensaje del evangelio es lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz y este es el mensaje central del evangelio y no podemos desenfocarnos ni distraernos de esto. A veces escucho a predicadores solo hablar de sus testimonios, de a cuantas iglesias han ido a predicar, de esto y de lo otro, pero esto no es la esencia del mensaje, la esencia es hablar lo que dice la Biblia.
3 – Contar fábulas
Muchos utilizan anéctodas como recursos en las prédicas, pero hay un gran problema con esas historias, y es que muchas son inventadas. En vez de contar cosas que no sabemos si realmente pasaron, ¡mejor hablemos de las grandes cosas que nos cuenta la Biblia!.
4 – Hablar de una manera que no te puedan entender
Charles Spurgeon es considerado el mayor predicador de todos los tiempos desde el apóstol Pablo. Sus sermones son tantos que podríamos leer por más de un año un sermón suyo diario, escribió distintos libros y predicó a millones de personas, sin embargo, el lenguaje con el que Spurgeon predicó fue llano, que todos podían entender, no usaba palabras difíciles para sus oyentes. A veces rebuscamos palabras para impresionar durante el sermón a los demás para que vean nuestra parte intelectual, pero este no es el propósito, el propósito no es que vean lo intelectual que podemos ser a través de palabras filosóficas, lo importante es que podamos llevarles a través de un lenguaje llano al conocimiento de Dios. Y claro, esto siempre dependerá a qué grupo te estés dirigiendo.
5 – No tener suficiente amor
Es como dice Paul Washer: el predicador debe estar lleno del amor de Dios. Debe de estarlo porque podemos convertir el celo de Dios en un hecho frustrante y no mostrar misericordia durante el mensaje, recordemos el caso de Jonás, es increíble, pero él quería que Dios destruyese a Nínive. De la misma forma nosotros podemos caer en el mismo error de creer que Dios no debe tener misericordia con los demás y pensar que somos los únicos santos a la hora de predicar.
Debemos tener en cuenta aquello que Pablo dijo a los Gálatas:
Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. (Ga.6:1)
Cuando predicamos debemos saber que nosotros también estamos propensos a caer.
6 – Enseñar de acuerdo a tus sentimientos
Ser predicador no se trata de algo personal, se trata de lo que Dios quiere que hagamos y cuando lo llevamos a nuestros sentimientos terminamos cayendo en un error grave. Charles Spurgeon en una ocasión dijo que si predicas solo una doctrina de la Biblia, no eres predicador del evangelio sino de una parte del mismo, no de todo.
Hemos sido llamados a predicar todo el consejo de Dios a los hombres, no solo una parte. No podemos solo creer lo que nos parece que es verdad, debemos creer que la palabra de Dios es infalible e inerrante y debe ser expuesta con toda claridad.
7 – Abusar del tiempo
Hay predicadores que no se sienten bien si no duran dos horas o más predicando. Ya después de 45 minutos la audiencia tiende a cansarse. Existen prédicas bastante largas que son muy interesantes y mantienen la atención del público y en verdad llegan al corazón de todos. Pero eso no es algo que pasa todos los días. Intentemos ser prudentes con este punto.
8 – Decir «estoy terminando» cuando no está terminando
Este es uno de los errores más típicos. Por más interesante que esté la prédica, cuando dices «y con esto concluyo» o «ya estamos casi terminando», o cualquier otra frase para anunciar que ya está por concluir el sermón, ya los cerebros de la audiencia están programados para dejar de escucharte en un par de minutos. No hay nada de malo en eso, pero el error está en que luego de esa frase que anuncia que supuestamente está por terminar el sermón, hay aproximadamente quince minutos más de prédica y luego de ese tiempo se vuelve a repetir la frase «y con esto terminamos». Muchos la repiten tanto que desesperan a la audiencia, la cual empieza a decir dentro de sí «ha dicho tantas veces que va a terminar y no termina».
Lo mejor es no anunciar cuándo se va a terminar. Anunciar tanto que va a terminar y no terminar lo que hace es desesperar. Solo diga «hasta aquí el sermón» cuando ya realmente no tenga nada más que decir.
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